Un hueco ha permanecido intacto al derrumbamiento. Se ha rendido al homenaje que, cada piedra, ha puesto en el cemento. Un hueco que ha agrietado el muro del tiempo y ha desechado la idea de oscurecerse bajo el escombro.
Cuando los años me vacíen con el caer de la arruga y la vida haya esparcido sus rabietas sobre la caricatura del tiempo, podré caminar sobre la inquebrantable soledad de la herida con la satisfacción de haber cosido cada dolor en la piel que hoy habito. Una piel que, deformada por los años, recorrerá los pliegues del futuro para dormir sobre sus cimientos.
He visto la luz que abriga el eco tras los cristales opacos de tu silencio. Y no he sentido miedo. He visto tu rostro agrietar el tiempo como un esbozo de recuerdo lento y perdurable. Y no, no he sentido miedo. Pero tiemblo, aún así, buscando el alfabeto perfecto que equilibre mi llanto.
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